Hace exactamente quinientos años, el 24 de marzo de 1519, los caballos regresaron a México.
Ese día se produjo la primera escaramuza a gran escala entre la armada comandada por Hernán Cortés y un grupo militar del territorio de lo que hoy en día es México. La expedición de Cortés había llegado a los humedales de la desembocadura del río Grijalva, cerca de donde hoy se encuentra el poblado de Frontera, Tabasco, y había encontrado resistencia por parte de un numeroso ejército de mayas chontales. El conquistador mandó preparar el armamento para una posible batalla, la que efectivamente se dio al otro día en la región de los pantanos de Centla.
Entre las armas más poderosas de los invasores se encontraban dieciséis caballos, los primeros animales de su tipo que llegaban a la América continental. O, sería más preciso decirlo así, los primeros de su estirpe que regresaban al continente americano.
El grupo biológico de los caballos se originó en América del Norte hace 55 millones de años, y su evolución se dio prácticamente confinada a ese continente. Hace unos pocos millones de años un pequeño grupo de estos animales emigró al Viejo Mundo y originó todas las especies de caballos, cebras y asnos que sobreviven actualmente (que son seis o siete, dependiendo de la taxonomía que se acepte). Mientras tanto, en Norteamérica los caballos se extinguieron hace unos once mil años, al mismo tiempo que los mamuts y otros representantes de la fauna del Pleistoceno.
De esta manera, cuando Cortés y su armada desembarcaron en Tabasco, no había habido caballos vivos en Norteamérica desde hacía once mil años. Los corceles del conquistador eran descendientes de caballos domesticados en el Viejo Mundo. En particular, los caballos españoles provenían de un stock del norte de África, introducido a España por los moros a partir de siglo VIII.
En 2010 publiqué en la revista Ciencias [1] un ensayo sobre la historia evolutiva de los caballos. Reproduzco aquí un fragmento con la historia de los caballos de Cortés y su papel en la batalla de Centla. [2]
Fragmento de El regreso del caballo: lo macro y lo micro en la evolución
La Rabona vaciló al sentir el suave piso de los arenales de Centla. El confinamiento y falta de ejercicio habían hecho mella en aquella yegua rucia y el resto de los caballos que venían en la nave. Después de todo, el viaje por mar desde Cuba había sido largo, especialmente para esos nerviosos animales de guerra. Finalmente, luego de acostumbrarse de nuevo al terreno firme, la Rabona y sus compañeros corrían ágilmente por las extensas planicies de la desembocadura del río Grijalva. Era la tarde del 24 de marzo de 1519 y por primera vez en más de diez mil años la tierra mexicana se cubría con huellas de caballo.
Al día siguiente, los dieciséis caballos que formaban parte del ejército de Hernán Cortés jugaron un papel central en la batalla de Centla, la primera escaramuza que el extremeño enfrentó en su extraordinaria aventura militar que culminó un par de años después con la caída del Imperio Mexica. Las huestes de Cortés, en número de unos quinientos, enfrentaron a un contingente de más de diez mil mayas chontales. Cuando la batalla parecía perdida apareció la caballería “y aquí — relata Bernal Díaz del Castillo— creyeron los indios que el caballo y el caballero eran todo uno, como jamás habían visto caballos”. El efecto fue espectacular y dramático. Los dieciséis jinetes causaron tal daño al ejército local que algunos soldados juraron haber visto al propio Apóstol Santiago comandando la caballería. “Lo que yo entonces vi y conocí — escribe en cambio el realista Díaz del Castillo— fue a Francisco de Morla en un caballo castaño, y venía juntamente con Cortés”. En poco tiempo, los guerreros indios huyeron despavoridos y Cortés había ganado la primera de muchas batallas en las que los caballos fueron protagonistas.
Los primeros corceles españoles llegaron al Nuevo Mundo en el segundo viaje de Cristóbal Colón y todavía en el momento de la expedición de Cortés estaban confinados a La Española y Cuba y se contaban entre los bienes más caros en las incipientes colonias españolas. “En aquella sazón […] no se podía hallar caballos ni negros si no era a peso de oro”, explica Díaz del Castillo. En la Probanza de Villa Segura se asienta que Cortés había comprado una yegua por 70 pesos de oro y 150 puercos a un peso y dos reales cada uno. Otras partes del documento afirman que Cortés había desembolsado entre 450 y 500 pesos por cada uno del resto de los caballos, pero solo había gastado 600 pesos para el sueldo de todos los marineros y 200 para el del piloto mayor, Antón de Alaminos. ¿Por qué eran los caballos tan apreciados?
Para contestar la pregunta basta leer las crónicas de la conquista de América. En cualquier batalla en terreno abierto la presencia de unos pocos soldados a caballo era suficiente para derrotar contingentes de miles de guerreros nativos. En México, Cortés y sus quinientos españoles lograron vencer a un ejército de veinte mil tlaxcaltecas, quienes posteriormente resultaron invaluables aliados del conquistador. En Perú, Pizarro logró la captura de Atahualpa en Cajamarca con un puñado de españoles y en contra de treinta mil elementos de la crema y nata del ejército inca. Sin duda los españoles tuvieron una ventaja tecnológica con sus espadas y armaduras de hierro y con sus primitivas armas de fuego, pero es innegable el papel protagónico del caballo en la conquista de América.
Gracias a la meticulosidad de Bernal Díaz del Castillo sabemos que además de la Rabona venían con Cortés otros quince caballos, desde el corcel de Cristóbal de Olid, castaño oscuro y “harto bueno”, hasta el de Baena, un ejemplar overo que “no salió bueno para cosa alguna” y el de Cortés, un castaño zaino que posteriormente murió en San Juan de Ulúa. Esta variedad en la complexión, la capa —color de pelaje— y temperamento de los caballos es un reflejo de la diversidad de formas comprendidas dentro de la categoría genérica de “caballo ibérico”, que incluye una gran variedad de formas, entre las que se encuentran las famosas razas lusitana y andaluza.
Tanto entre las especies silvestres como entre las domesticadas, la única manera de entender la diversidad presente es estudiando el pasado. […] La historia evolutiva de los caballos, incluyendo la de los dieciseis corceles de Cortés comienza, irónicamente, en Norteamérica hace 55 millones de años.
[…]
[1] Arita, H. T. 2010. El regreso del caballo: lo macro y lo micro en la evolución. Revista Ciencias 97:46-55.
[2] En 2019, el congreso del estado de Tabasco declaró oficialmente la conmemoración del Día de la Batalla de Centla el 25 de marzo de cada año.
Una respuesta a “Se cumplen 500 años del regreso de los caballos a América del Norte”
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